domingo, 8 de mayo de 2011

Arde París

Saliste temprano y te pusiste a caminar sin saber muy bien por qué. Te apetecía que el sol te achinara los ojos y que los pájaros marcaran la banda sonora de tu soledad, de esos dulces pasos acompañados de tu sombra. Sentías la frescura del amanecer y el olor a café que salía de las casas por las que pasabas y entretanto solo se escuchaba el sonido de tus zapatos sobre el asfalto y los de nadie más. 
Tenías unos peniques en la mano y los apretabas con fuerza como si quisieras que desapareciesen.

A lo lejos había un pozo, aquel al que solías ir cuando eras pequeña acompañada de tu madre. Te acercaste sin dudar un solo segundo y te asomaste, poniéndote de puntillas para alcanzar a ver lo más profundo de aquellas aguas, aguas que desprendían llamas de fuego en forma de vapor y que te abrasaban la cara al acercarte demasiado. Pozo asesino que tantas vidas se había cobrado, que a tanta gente había abrasado y que tú, sin embargo, deseabas con locura. 

Alzaste primero un pie, luego el otro, miraste hacia arriba para comprobar que aun era de día y te dejaste caer como una pluma sobre aquel agua que quemaba, que abrasaba, que mataba... Y no te quemaste... nadaste allí y reíste como nunca lo habías hecho porque él estaba contigo, dándote la mano y no dejándote escapar de aquel infierno al que muchos llaman amor...

Es arriesgado, duro e intenso pero nadie dice que no sea bonito...

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