viernes, 3 de diciembre de 2010

Diario de una guerra

Tenía tan solo nueve estíos y ya sostenía una pistola entre mis manos...

 Al entrar en la casa, me encontré con la chiquilla que, de la mano de una sirvienta, me invitó a pasar con una cálida sonrisa mellada. Su mirada era sincera, impactante, increíblemente hermosa. Sus rosadas mejillas armonizaban su rostro y sus labios, los más bonitos que había visto jamás. En su mano derecha escondía una flor de jazmín con sumo cuidado. 
 Yo no era más que un niño novato al que le acababan de dar un estúpido juguete con el que podía matar a cualquier persona. Me temblaban las manos y me sudaba la frente, pero mi figura se mantenía firme como una estatua. No podía creer lo que estaba viendo, pero aquella niña angelical seguía sonriendo. Poco a poco, la pequeña comenzó a acercarse a mí y cuando estaba a la distancia de un alfiler del cañón de la pistola que sostenía entre mis poco maduradas manos, levantó su brazo y colocó la flor encima del gatillo... y mientras, ella seguía sonriendo...

Tenía una edad muy corta y al mundo en mi contra, mi inocencia se la había llevado el diablo, pero la  esperanza aguardaba en mi corazón. 

 'No hay guerra ganada con arma empuñada sino con palabra mediada'

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